jueves, 17 de noviembre de 2016

EL AMOR DEL CONVENTO


En el año 1875, en Zaragoza, la hija del noble más poderoso llamado Don Alfonso de la ciudad seguía sin casar.

La hija se llamaba Marta, era un joven de 18 años, morena alta y muy valerosa. Le gustaba la caza y escuchar historias de guerra. Le habría gustado servir en el ejército pero al ser mujer no le estaba permitido. Todas las tardes iba al convento a ser educada según las leyes de Dios, allí a la entrada del lugar todos los días se encontraba a un chico que ni siquiera conocía.

Este joven se llamaba Juan, era hijo de una familia de la burguesía media. Era un chico delgado, alto y muy trabajador. Tenía en mente heredar el negocio de su padre y poder ganar bastante dinero. Solía ir todas las tardes al convento a reza. Una de estas tardes se encontró con una joven que le dejó petrificado por su belleza. No sabía ni su nombre, pero sabía que se había enamorado a primera vista. La siguiente semana simplemente se dedicó a observarla desde la lejanía.

Una de estas tardes sus caminos se cruzaron, se saludaron y quedaron para encontrarse en el patio del convento al día siguiente después de la tercera campanada.

Se vieron durante ese día y muchos más, pero un día un monje los vio. Le convencieron para que no lo contase a nadie, ya que si el padre de Marta se enteraba le separaría de Juan de por vida. Al cabo del tiempo se hicieron amigos de este monje que resultó ser un gran amigo, les ayudaba a escabullirse siempre que podía

Fueron pasando los meses y poco a poco se fueron enamorando más el uno del otro, hasta el punto que planearon fugarse juntos a un lugar lejano para vivir su amor.

Un día Marta no apareció por el convento, pero Juan no le dio mucha importancia. Pasaron los días y Marta seguía sin ir al convento. Al séptimo día de la ausencia de Marta, Juan le preguntó a su amigo el monje:

-¿Por qué ya no viene al convento la hija de Don Alfonso?

- ¿No se ha enterado joven muchacho? Marta ha sido con un duque de Francia, ya está en su nuevo reino, desgraciadamente ya no volverá jamás.

Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche, 
en ira y en piedad se anegó el alma,
¡y entonces comprendí por qué se llora!
¡y entonces comprendí por qué se mata!

Pasó la nube de dolor... con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
Me hacía un gran favor... Le di las gracias.

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